martes, julio 31, 2007

La insoportable pesadez de Maruja Torres..

Desde hace mucho tiempo en cuanto veía un artículo firmado por la resabiada periodista barcelonesa, lo saltaba sin más y pasaba a mejor cosa. Por equivocación hoy he leído un artículo suyo que no hace más que confirmar el declive en el que se encuentra EL PAIS. Un disparate que resume perfectamente lo que no se debe hacer en un reportaje periodístico.

El titular ya atenta contra la regla numero uno de concreción “'El pacificador' asalta Líbano”, no es informativo, expresa un juicio implícito y predetermina la lectura.

Maruja Torres probablemente lo ignore, pero el reportaje es un género periodístico informativo donde no se pueden colar frases como “"Tengo la impresión, ministro, de que tanto usted como el [ministro de Exteriores francés] señor Kouchner intentan que la bicicleta siga en marcha y que nadie mire hacia abajo, en donde se encuentra el abismo". ¿Impresión en primera persona de la autora? ¿Juicio subjetivo de una fuente sin identificar? En cualquiera de los casos atentado grave contra el libro de estilo de EL PAIS y no menos grave contra la construcción de un texto con sentido.

Otra perla « Así, los periodistas que seguíamos al pacificador y a sus asesores tuvimos oportunidad de meternos en el palacio de Gobierno (el Gran Serrallo: vacío, porque nadie gobierna; pero nos dieron unos refresquitos) »; malo es que la señora Torres en un ejercicio constante de “buenismo” de ciudadana del primer mundo y con su prosa deficiente y sensiblera se dedique sin fin a postularse como mártir de la causa libanesa, pero mucho peor es ese petulancia de sentirse dueña de la acción; ¿Qué carajo nos importa lo de los refrescos? ¿Qué aporta ese dato al reportaje? Exactamente eso, desviar la atención del ministro hacia la periodista.

Es el problema de encumbrar a gente mediocre con la maquinaria propagandística de un gran grupo de comunicación y concederle posteriormente pulpitos de lo más reaccionarios desde donde sermonear al personal y desde donde puedan enarbolar la primera bandera de conveniencia que sirve a sus fines de autocomplacencia.

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