miércoles, julio 26, 2006

Los círculos de los buitres


El corresponsal de La Vanguardia en el Reino Unido nos ofrecía ayer en su periódico un enfoque diferente sobre el problema del calentamiento de la tierra. Muy oportunamente ante el calor que nos acosa en estos momentos en Europa, Rafael Ramos, nos sorprende dándonos a conocer que algunos se frotan las manos con el deshielo de los polos, codicia sin límites:

Lo que para unos es un desastre ecológico, para otros constituye una oportunidad económica sin precedentes. La descongelación del Ártico va a abrir nuevas rutas marítimas, trasladar bancos de pesca, crear destinos turísticos y facilitar el acceso a yacimientos de petróleo y gas natural en países estables. En este marco, no es de extrañar que ocho gobiernos y numerosas multinacionales energéticas hayan emprendido ya una carrera desenfrenada para el control de tan vastos recursos.

El calentamiento global ha empezado a cambiar no sólo la fisonomía sino también la economía del planeta. La manifestación más evidente es cómo el retroceso del hielo hace mucho más sencilla la prospección y perforación en una región como la del Ártico, que contiene según las estimaciones una cuarta parte del total de reservas de petróleo –375 millardos de barriles-, con potencial más que suficiente para complementar unas exportaciones del Oriente Medio que pronto entrarán en una curva descendente. Las implicaciones políticas y estratégicas son notables, pueden reducir el poderío de la OPEP y disparar la importancia de un país como Noruega.

La guerra diplomática consiste en establecer a quién y en qué cantidad pertenecen las aguas y los territorios que se van a ganar al hielo, con ocho países en puja: los Estados Unidos, Canadá, Islandia, Suecia, Rusia, Dinamarca, Finlandia y Noruega. El problema, para empezar, consiste en que no se ponen de acuerdo en qué criterio utilizar para la división, si el llamado método mediano, patrocinado por la ONU y que divide el mar en áreas proporcionales a los kilómetros de costa de una nación, o el llamado método sectorial, donde el reparto se efectúa de acuerdo a los grados de longitud terrestre, utilizando el polo norte como centro. Los gobiernos de Oslo y Moscú favorecen esta fórmula. Y Copenhague, a todo esto, pretende probar que una cadena montañosa submarina de mil seiscientos kilómetros – la cordillera de Lomonosov- está geológicamente unida a Groenlandia y es por tanto territorio danés, lo cual sería un argumento para reclamar la soberanía del Polo Norte.

Esta nueva fiebre del oro ártico ha potenciado ya localidades como Churchill, en la provincia canadiense de Manitoba, y Hammerfest, perteneciente a Noruega y el punto habitado más septentrional del planeta. Pat Broe, un empresario norteamericano del sector ferroviario, compró hace seis años el puerto de Churchill, en la ribera sur de la Bahía de Hudson, por la simbólica cantidad de diez dólares. Pero gracias al calentamiento global, se espera que pronto pueda permanecer abierto diez meses al año y ser un enlace fundamental en la nueva ruta marítima que unirá Norteamérica con Rusia a través del Ártico, proporcionando a su propietario unos ciento cincuenta millones de euros al año (el viaje de Murmansk a Ontario llevará ocho días, la mitad que a través del Río San Lorenzo y los Grandes Lagos).

El mítico Pasaje del Noroeste, que une los océanos Atlántico y Pacífico a través de un archipiélago en aguas de Noruega y ha sido motivo de expediciones desde el siglo XV, quedará abierto a la navegación en cuestión de pocas décadas si el deshielo sigue avanzando al ritmo actual, en cuyo caso el viaje de Europa al Lejano Oriente evitará el Canal de Panamá y quedará reducido en cuatro mil kilómetros (norteamericanos y canadienses se hallan enzarzados ya en una dispita por los derechos de soberanía y acceso).

El calentamiento global también puede a corto plazo abrir a la navegación comercial la Ruta Marítima Septentrional (Northern Sea Route), utilizada por la antigua Unión Soviética gracias a rompehielos impulsados por energía nuclear, pero que ha caído en desuso y podría reducir enntre diez y quince días la duración del viaje entre Europa y Asia: el llamado ‘Puente Ártico’ une el puerto ruso de Murmansk con Churchill (Manitoba, Canadá), pero por el momento sólo permanece abierto cuatro meses al año debido a la congelación de la Bahía de Hudson.

Ingenieros, técnicos especializados y aventureros de todo el mundo han convertido la ciudad noruega de Hammerfest en el nuevo Klondike. El imán es un gigantesco complejo bautizado como Blancanieves (Snohvit) y controlado por la empresa estatal Statoil, que se dedica a la extracción de gas natural del Mar de Barents, y su traslado a Maryland (Estados Unidos) una vez reducido a estado líquido. El coste de la planta se eleva ya a 8.8 millardos de dólares, pero las autoridades de Oslo la consideran fundamental para afianzar la posición del país en la carrera del Ártico.

Noruega es ya el tercer exportador de gas natural del mundo, después de Arabia Saudí y Rusia. Y ello, unido a sus considerables reservas de petóleo y una envidiable estabilidad política, hacen que el Departamento de Estado norteamericano le atribuya una enorme importancia estratégica y lo tenga a la lista de aliados a los que conviene cuidar. Un poco más al este, y ya en aguas territoriales de Rusia, se encuentran unos yacimientos todavía mayores, con unos costes de desarrollo estimados entre quince y veinte millardos de dólares que compartirán el gigante ruso del gas ‘Gazprom’, las compañías nouegas ‘Hydro’ y ‘Statoil’, la francesa ‘Total’ y las norteamericanas ‘Chevron’ y ‘Conoco Phillips’. Aunque ‘Shell’ y ‘British Petroleum’ se han quedado fuera de esta operación, se hallan en negociaciones para obtener permisos de prospección en el Mar de Barents, la nueva frontera energética.

Científicos y defensores del medio ambiente consideran que complejos industriales como la Blancanieves de Hammerfest, unidos al creciente tráfico marítimo y la prospección de nuevos yacimientos de petróleo y gas natural, constituyen un sacrilegio que va a quemar más gases invernadero y acelerar todavía más el calentamiento atmosférico y la destrucción del ecosistema. Pero que se lo digan a los gobiernos y multinacionales que ven una oportunidad de hacer dinero y reducir la dependencia estratégica del Oriente Medio.

Visigodos sin importancia

Como decía ayer, parece que los concejales de Toledo (tanto del PP como del PSOE y con la sola excepción del representante de Izquierda Unida) no tienen ningúbn problema en destrozar el petrimonio cultural de la ciudad (y de la humanidad) en pos del llamado "desarrollo" urbano.

Menos mal que, gracias al ruido que han logrado hacer los ciudadanos de Toledo y ciertas asociaciones culturales, al final algunas autoridades se han visto obligadas a cambiar el paso sobre la marcha y que algo de esperanza aún queda..

Todo esto para que algunos sigan diciendo que las movilizaciones no sirven para nada

Artículo sobre las ruinas visigodas de la Vega Baja de Toledo